Si hay algo que me recuerda a mi viejo, es el fútbol.
No, bueno, el fútbol en sí, no; más bien Independiente. Ferviente fanático
desde pibe, fue el único de 5 hermanos que heredó de su viejo el amor por el
Rojo. Lito, Pato, Lety y Cocó son hinchas de River, como mi abuela. Pero él no;
él siguió siempre y desde cerca al Rojo. Y al Bocha, claro, indiscutible ídolo
e incomparable figura del ámbito futbolístico.
Mi viejo fue siempre futbolero, pero ni mis hermanos
ni yo heredamos el amor por esa camiseta en particular. En casa se miran desde
siempre los partidos del Rojo, se lo ve festejar, putear, amargarse, hinchar el
pecho por su equipo y qué sé yo cuántas emociones más. Personalmente, nunca fui
de seguir muy de cerca esta cosa de los partidos, torneos, copas. Sí, tal vez,
algún que otro mundial, porque en casa los seguían religiosamente, y cada tanto
me enganchaba.
Hace algún tiempo vengo presenciando –aunque a la
distancia- el sufrimiento del Negro con su equipo. Que andamos mal, hija, me hace sufrir mi cuadrito, pero yo lo quiero,
qué se le va a hacer… ¡Puta que no repuntamos, che! Y bueno, pá. Es así, y lo
sabés; en toda competencia se gana o se pierde. Y como si no lo hubiésemos
visto venir (aunque sí, lo sabíamos, lo sabían todos), su cuadrito se va al descenso.
Puta, che… ¡que me hace llorar, qué
querés…! me recuerda al viejo, me decía,
tantos goles que festejé con mi viejo y ahora esto. Y lo extraño, también, qué
amargura, carajo. Mi abuelo falleció hace ya varios años, casi 20 diría yo.
Y el corazoncito del Negro, ya quebrantado por su partida, ahora viene a sufrir
esta amargura del descenso. Pero bueno,
hija, vamo’ para adelante, yo no voy a dejar de hinchar por mi cuadrito.
Siempre me enterneció que lo llamara “cuadrito”.
Porque sin la más mínima intención despectiva, así lo llama por esto: por la
ternura, por los recuerdos, por las alegrías y las derrotas, las tantas copas y
torneos en que el festejo parecía que iría a durar toda la semana, lo cual a
veces sucedía, como así también duraban días y días las caras de culo cuando el
resultado no era el esperado.
Entre el laburo, las cosas de la vida, la distancia,
no solemos hablar muy de seguido con el Negro. Pero hace algún tiempo se nos
hizo costumbre llamarnos los miércoles a la noche, después de cada partido del Rojito de mi corazón, como le dice él, y
comentar. Yo, sin ningún tipo de conocimiento al respecto, pero con el interés
suficiente y los comentarios indicados para subirle los ánimos.
Y es que es así, en el amor y en la guerra es así:
todo vale. No me interesan los partidos porque me cope el fútbol. Me interesa
comentar y compartir con el viejo estas cosas. ¿Viste pá que el Diego también es fanático del Bocha? ¡Y qué te
parece, hija! ¡No es para menos! ¿Viste pá el video que te colgué en el muro
del facebook de tu cuadrito contra no sé quién carajo, en no sé qué año? Seeee,
lo ví, me lo acuerdo de memoria a ese gol. Me acuerdo que con tu abuelo… y
así se da el Negro el lujo de volver a contarme por enésima vez, pero sin
exceptuar nunca ningún detalle, aquellas interminables anécdotas del viejo, del
cuadrito, del Bocha, de ese universo
futbolero colmado de amor por la camiseta y del amor y el recuerdo de un hijo
por su padre. Del Negrito, del Rojito de su corazón, de mi viejo, de su
historia.