domingo, 1 de abril de 2012

El muchacho de los ojos

Hace tiempo había escuchado o le habían contado sobre el muchacho de los ojos que cambian de color. Nunca se lo creyó del todo; prefería pensar en la idea de que, si tal cosa realmente existiera, algún día tendría que comprobarlo ella misma, cara a cara con el muchacho. 
Varios años después, y sin siquiera forzar la situación, conoce a este joven peculiar: sus manos volaban, su voz tenía un sabor casi indescriptible, su piel era del color de las arenas brasileras, de esas puramente blancas, enceguecedoras. Pensaba ella, entonces, en todas las particularidades de esta particular persona. Pero, ¿cómo podía ser que, teniendo el muchacho todas estas virtudes, no pudo notar ella nada especial en sus ojos? 
No fue sino hasta que lo miró de cerca, muy de cerca, a esa distancia tan corta que ya ni siquiera se puede distinguir casi nada, salvo algunos colores, que se dio cuenta de que el joven de la historia aquella, que escuchó tal vez en algún rincón del barrio, existía. Y estaba acostado en una cama, junto a ella. Sus ojos no sólo cambian de color: pueden ver más allá, pueden hablar incansablemente, pueden provocar cosquillas en el pecho, pueden devorar almas. Pero no cualquier alma; la de ella.