se atemorizan las personas,
las palomas.
Buscan refugio los roedores
y festejan su próxima muerte
ellos.
Ellos, que reconocen
la tragedia con sólo sentirla
en el viento,
en la humedad.
El calor pesado
les adelanta
su destino.
Les dice al oído
que hay quienes
pronto
los abandonarán
en las veredas, en las esquinas,
en contenedores
atiborrados de basura
y de más cadáveres
que conocieron su destino
recién cuando éste, mirándolos
directo a los ojos
bañó sus cuellos de carmín
y con un sólo movimiento
veloz
les cortó la cabeza.
Desperdigados quedarán
muertos, o casi
inservibles, o casi;
y seguirán así
las personas
superando tormentas,
y seguirá así
el viento
aniquilando esqueletos,
y seguirán así
los paraguas,
mamarrachos aniquilados
conociendo uno por uno
-o todos a la vez-
su destino
cuando éste
les corte la cabeza.