martes, 8 de noviembre de 2011

Sin título IX

Mientras la ciudad murmura sus últimos cantos, duermo cada noche con mi virgen calavérica. Los árboles ya no respiran, ya no crecen. Tengo las piernas cubiertas de arañas y los ojos vendados. Transito las aguas de un río turbio. Está nublado. La serpiente me arrincona; luego la veo morir ahogada. Sus branquias han colapsado. En la orilla repleta de cocos y suspiros no hago más que caminar. Aparece en mi mente un vago recuerdo de vos, de cuando caminaste conmigo y suspiramos bajo el mar.
Anoche vi morir a P; aunque en sueños, experimenté la peor de las sensaciones mezcla rara de impotencia y desasosiego frente a la muerte. La muerte siempre me ha maravillado. No ante quien la padezca, si es que en realidad es un padecer. Sino la muerte en sí. Su capacidad de hacer aflorar en uno o en miles como yo, tantas emociones desesperadas en busca de una respuesta. Y es que no existe tal cosa. No existe la muerte, no existen las respuetas. No existo yo.

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