Puré de batatas, batatas al
horno, dulce de batatas… afables tubérculos que, culinariamente hablando,
funcionan muy bien en cuanta receta se los incluya. Pero quienes hemos sufrido –y
lo seguiremos haciendo, porque la vida es así- sabemos que las batatas en la
vida cotidiana no son del todo dulces.
En el arte de amar, el
abatatamiento nos juega, a quienes lo sufrimos, una mala pasada. Pero, ¿qué es el abatatamiento? La RAE (Real Academia Española),
en su sede cibernética, nos explica que el abatatamiento es la acción de
abatatarse; y el abatatarse es apocarse, confundirse. No sólo en el arte de
amar algunos padecemos de esto. Al rendir un examen, en una entrevista laboral
o en tantos otros momentos medianamente importantes de nuestra vida. Algunos se
abatatan más, otros se abatatan menos, dependiendo de la personalidad, los
nervios, la situación.
En mi experiencia, este estado es
completamente manejable, casi siempre. Pero ni bien me descuido, miro hacia mi
derecha y viene caminando con aires de canchero el flaco que tanto me gusta,
que tantos besos le daría, que tan lindos ojos tiene, e inmediatamente me
vuelvo idiota: mi cara se convierte en una verdadera batata, mis palabras sin
sentido no hacen más que decir pelotudeces y mi risa sin motivo se entrecorta
por los nervios. Intento pilotearla; pienso que si pude remontar un final oral
y sacarme un 8 en la última materia de mi carrera, esta situación la salvo de
taquito. No. Estoy perdida. La última vez que me pasó de estar en una situación
de “gustar de alguien”, no sé de dónde junté coraje y encaré. Y salió todo de
maravillas. Y me sorprendí a mí misma.
En una charla virtual con mi
amigo personal M. (para no ponerlo en evidencia, mantendré su nombre en
secreto), comentábamos sobre la situación de abatatarse en el momento menos
indicado. Tenés a la chica que hace tanto tiempo te gusta en frente, y entre risas y cháchara se te ocurre la gran
idea de decir ¿por qué no? Yo me mando,
total… Pero no. No te mandás un carajo. Te quedás en el molde de nuevo con
la cara de batata, la risa de idiota y la verborragia sin sentido. Listo.
Dormiste. Ahora, a esperar otra situación de cháchara descontracturada para encontrar
el instante preciso en que largás el Hola,
me gustás. Y vuelve a no salir. Y puede pasar, porque me ha pasado, de que
se queden adentro esas palabras. El eterno abatatamiento que le dicen, producto
de nervios, temor al rechazo, timidez y cualquier otro ingrediente de gusto
personal.
Al pensarlo un poquito más a
fondo, el riesgo, en realidad, no es tal. A lo sumo puede suceder que la
persona responda un clarísimo y hasta socarrón ¡JAJAJA, me estás jodiendo! Lo bueno de dicha situación es que se
puede remontar con Jaja, te creíste…
Pero ya pasa a ser un caso perdido. Ahora, si la respuesta es positiva y
alentadora, nos sacamos de encima una mochila de hipótesis pelotudas, y pasamos
a lo besos, o lo que venga.
De todas formas, es un riesgo que
debemos correr. A levantar la frente, a no intimidarse, que nada puede ser tan
grave. Sí al amor, señores, no a las batatas. Y si todo sale mal, siempre se
puede ahogar el sufrimiento con un sabroso y humeante compañero, y bajonear con
un suculento dulce de batatas. Y a otra cosa mariposa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario