martes, 5 de julio de 2011

Cuán azul


Fumando un sueño en la ventana, lo ve acercarse desde lejos. Casi borrosa, la imagen miente. No son lo que el otro ve.  Hablan las cigarras y en un lenguaje de silbidos cuentan historias de caminos que queman las patas. Corre, entonces, para que no duela. Cerca del mediodía las puertas se abren, las sábanas se vuelan, las miradas se cruzan, el frío se esfuma. Ante tanta pureza, el día se enfurece y para que no esté sola, llega la noche a escucharla susurrar. Tarda, pero llega. Entre el humo y los canteros, no hay melodía que valga la pena; el silencio de la calle murmura a oscuras lo que quieren escuchar. Sus mentes se vuelven blancas y la habitación esconde mil secretos. Se espesa el aire y esos ojos no dejan de encontrarse, y temen que esa sensación que los invade, se acabe en algún momento. Entre palabras, se ahogan en un ansiado sueño, y en poco tiempo -o en mucho- el ambiente se torna amarillo. Vuelve el sol a calcinar las chapas y los pájaros no se cansan de conversar; aunque frío, el aire se siente bien, se siente libre. Cubriéndose casi con cualquier cosa que encuentran, salen al asfalto que tantas veces los vio pasar. Tomando la misma ruta de siempre, se largan a caminar despacio, hablando de cuán azul es el cielo y de cuán cortos son los días por aquellos lados. Y como si volvieran a verse mil veces más –aunque saben que no es así-, en la esquina un beso les dice adiós.

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