domingo, 15 de julio de 2012

Josefina es un ángel

Cuando duerme, Josefina es un ángel.
Cuando no duerme, su repertorio es infinito. ¿Por dónde empiezo? Todas y cada una de las veces que voy al baño, haga lo que haga y tarde lo que tarde, ella me espera sentadita al lado de la puerta -del lado de afuera, claro- y me charla de cosas inimaginables. Es nuestra forma de entendernos. Por momentos se desorienta y entonces me llama desde donde esté para que la vaya a buscar. Y cuando la encuentro, me muerde la mano a modo de agradecimiento y sigue su odisea por todos los rincones de la casa.
Cuando cocino, no la dejo sentarse en la mesada. Ella insiste, pero intento explicarle que ese no es un lugar apropiado para sentarse. Y entonces lo entiende, y se acomoda donde corresponde. Y de nuevo, me da charla.
Cuando me siento a comer, ella quiere comer conmigo sobre la mesa. Le indico dónde está su plato y a veces hasta lo pongo cerca mío para que comamos juntas, pero no quiere. Quiere mi plato. Y con la leche no hay caso. No le gusta y no le gusta. Prefiere agua, y si es de la bañadera, mejor.
Cuando terminamos de comer, es momento de la siesta obligada. Nos acomodamos las dos en la cama, prendemos la tele y miramos pavadas hasta quedarnos dormidas. Yo me levanto unos minutos después, ella se queda un ratito más soñando lo que se le canta.
Cuando me siento a tejer, se pone insufrible. Es que, según me cuenta, yo no logro entenderlo, pero los ovillos de lana son su peor enemigo. Y no le gusta que llamen más mi atención que ella, aunque sea por un rato. Entonces ni bien me sorprende tejiendo, debo abandonar mi actividad y retomarla cuando ella esté ocupada recolectando biromes de abajo del sofá, o alguna otra actividad extremadamente entretenida según su gusto personal.
Cuando me acuesto a leer algo, ella se convierte en saltamontes. Recorre todo el espacio disponible dando brincos. A veces los acompaña con gritos, otras veces con carreras contra nadie, y otras veces su único objetivo es tirar cosas de los estantes, lo cual le permito hacer sólo porque su gran capacidad de elección es tan buena que sólo arroja objetos que no se rompen, con excepción del incidente del plato ayer por la noche.
Cuando yo duermo, aprovecha para jugar con los objetos no permitidos, creyendo tal vez que al día siguiente yo no encontraría la evidencia de sus actos. Cuando por fin se digna a venir a dormir conmigo, se toma los primeros quince minutos de relax para masticarme los pies. Según dice, es una actividad bastante común entre los suyos, esto de masticar pies ajenos. Luego hacemos nuestro saludo de chocar narices y nos sumergimos ambas en un prolongado sueño. Claro que al otro día, temprano, aprovecha mi guardia baja para morderme la nariz, y es así que todos los días arrancan con nuestra siempre chistosa guerra de estornudos, seguida de interminables conversaciones con esta gran compañera temporal que se hospeda en mi morada.
Cuando está despierta, las posibilidades son insospechables. Cada día es una nueva incógnita para ambas. Pero cuando duerme, Josefina es un ángel.

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